Con la costumbre de guiar sus emociones por el influjo de la luna -porque la hermosa luna es sorda y fría-
pocas noches se movía de su cuarto, tenía miedo de que las uñas comenzasen a
crecer y los ojos enrojecieran y se le llenase la espalda de vello.
Miraba el resplandor desde la ventana y se preguntaba por lo
que habría en la otra cara. Imaginando selenitas se le pasaban las horas.
Deseaba poner sus labios en ella, en la luna, y agotaba los segundos imaginando
lagos blancos en los que zambullirse mientras aullaba.
No sabía cómo reaccionaban los demás, ante el influjo de la luna, personalmente me dejo llevar por mi instinto de supervivencia y me aparto de la manada.
ResponderEliminarMantengo un dialogo de miradas cruzadas, viendo como su plenitud ilumina el territorio, dando fuerza a nuestros aullidos.
Un saludo, me gustó mucho.
Bienvenido Alfred!, qué ilusión!
ResponderEliminarParece que habemos unos cuantos lunáticos con tendencias licantrópicas, jeje..
Un abrazo!!!
Llevamos rejas desde que tenemos el llamado "uso de razón". Nos encerramos por miedo a hacer daño a los demás. Esa es nuestra escusa para que no nos hieran. Es nuestra forma de vida desde... ¡Yo qué se! Solo ante la luna, quizas por su lejanía o por su mudez, somos capaces de ser nosotros mismos, de sentirnos como tal, sin tapujos, desnudos.
ResponderEliminarImpresionante foto la de esa loba que debería salir sin miedos.
Un besote y buen fin de semana